Tú y las nubes me tienen loco
tú y las nubes me van a matar
yo pa' arriba volteo muy poco
tú pa' abajo no sabes mirar
Jose Alfredo J.
El cielo muda de cueva,
apresurando a las nubes
para descubrirse.
Hay un avión que cede su magnitud a la pequeñez. Avanza, poco
a poco, impulsándose por el sonido que va regando. Como un pez animado, recorre
lo que puede, deponiendo un alborotado camino que, lamentándose, se va
perdiendo.
Las nubes más jóvenes y despeinadas, avanzan
veloces retando la altura para hacerse notar. Tienen hambre de conquistar la
tierra. Vigilan con ojo escrutador a sus víctimas, en las cuales se verterán suavemente. Y, su corta vista, les obliga a rasparse contra los rascacielos.
Hay otras más severas detrás. Aparecen
como pinceladas horizontales que dibujó el viento. Ellas, en su centro, llevan el
negro milagro del campo regado. Son éstas, las que primero ceden todo viso de orgullo.
Piadosamente, se dejarán caer en minúsculos prismas que besarán la tierra para
ser bebidos.
En horas tardías, las nubes, con su buen
humor, dejan escapar breves destellos que se pintan con el silencio de la
tarde, dejando ver, a cada minuto, un diferente lienzo gigantesco, que matiza con
los colores más dolorosos y nostálgicos. Los enamorados se prenden de ellos
para no marearse. Y los tatúan en sus ojos para que ilumine su noche.
Ya se juntan para soportar el frío, y,
cuando lo hacen, resplandece todo con una luz blanca de fuego y destrucción. Anuncian
su unión, sin que haya, en ese momento, fuerza alguna que pueda responder. Así,
sin intentarlo, erigen la supremacía que les pertenece.
Una gota, indulgente, se estrella y siguen
otras para saciarnos. Los rastreros bebemos agradecidos. Pero brevemente, con
las heridas del sol, las pequeñas gotas se sublimarán para aglomerarse en el
cielo. Y ahí todo vuelve a empezar.
Suben, tremulantes, los trozos de nube, para
que en la oscuridad extrañemos las estrellas. Para que en el día trastornen el
clima; porque son las únicas que pueden tapar el sol. Y, entonces, busquemos en
una mirada, en un beso, en una palabra, el refugio de dos que les temen, pero, sobre todo, les aman.
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