domingo, 14 de abril de 2013

Ciudad Edén




No piensa todo el tiempo que lleva caminando. A los costados del camino, a la lejanía, se empiezan a dibujar construcciones que se yerguen vacías como cascarones derruidos. Es la media tarde y ella comienza a inquietarse; nunca conoció a nadie que estuviera tan lejos. Mientras su avance es maquinal, recuerda historias contadas en libros antiguos donde se narran aventuras en el viejo mundo y, a pesar de que en este momento no son ninguna referencia, siente un impulso que la hace seguir caminando, justo como Luisa en la anécdota clásica de la “gran crisis”. Recuerda su adolescencia escuchando una y otra vez, desde su narrador portátil, cómo el amor de Damián perduró  hasta la muerte de Luisa, y cómo él, invadido por la locura, resguardó su cuerpo hasta que también se convirtió en cadáver. Siente, cada que avanza sobre la vieja carretera, cómo su corazón se inflama buscando llamas que calienten su espíritu. Recuerda cómo sus hermanas se burlaban de ella al preguntarles sobre el amor de una pareja. No sabe por qué razón alguien (en este caso Luisa y Damián) habría de permanecer en el viejo mundo, renunciando a uno mejor, tan sólo por una promesa hecha a su madre, y, cómo otro hombre, amándola a ella, se aferra también a las cenizas del pasado y al progreso prometido que llegó en forma de salvación.
El sol, que empieza a caer ante sus ojos, se pierde entre escombros de viejas construcciones y lanza, desde su escondite, destellos violetas, rojos,  azules y amarillos que ensangrientan las altas nubes de un cielo infinito. Por primera vez puede contemplar el gran techo sin nada que se interponga en su mirada; en la gran ciudad, donde ella habitó hasta ése día, sólo se vislumbra una pizca de él, pues la gran burbuja protectora que cubre todo difumina las formas perfectas y efímeras de las nubes y la intensidad de la luz es opacada por los filtros protectores; el amanecer y el atardecer son nulos por la altura de los muros protectores y sólo se entrevén colores que dejan a la imaginación mil historias para niños. Pero ahora, fuera de las murallas de “ciudad Edén” ve derrocharse una paleta magnífica de melancolía pintada en el cielo sólo para ella.
Sigue caminando hasta acercarse a las primeras construcciones. Pasa la maleza crecida y se interna en una casa de estilo antiguo. Hay vidrios rotos que traspasan los últimos momentos de su primer atardecer. Se siente de vuelta en los años de la “gran crisis”: un sofá empolvado y deshaciéndose, una mesa de madera como las construían en los tiempos del minimalismo. Lo que reconoce como un aparato de televisión sigue ocupando el lugar central de la habitación. Todo lo cubre un suave manto de polvo y olvido.
            Escucha ruidos. ¿Un animal?
            Sale alarmada

De vuelta en el camino, una pesada manta de estrellas le cae encima, todas resplandecen a su vista, al mismo tiempo que un concierto de animales cantan en tonos agudos a su alrededor. La profundidad de la noche la absorbe con sus mil misterios  y las lágrimas se le escurren por los ojos. Se contraría a sí misma porque piensa que llora sin razón. Nunca antes ha visto a nadie llorar mientras mira el cielo. Tan sólo, se dijo, es una emoción extravagante en las entrañas, porque, además de que no se puede observar el cielo desde su hogar de siempre, la gente que conoce ha perdido cualquier sentimiento originado en la contemplación.
En la vida, en lo eterno, en lo constante, en la pureza del Momento.
Camina un poco más y se adentra en otras construcciones que parecen menos melladas por el deterioro. Mira desde fuera lo que sabe que es una casa, porque nadie, ahora, vive en casas, tan sólo en construcciones verticales que crecen sin los detalles ni la particularidad que se percibe en cada una de las construcciones.
En su ciudad se crearon enormes edificios que contienen miles de personas que viven en solitarios apartamentos. En cada uno de ellos, tienen todo lo que se necesita para vivir cómodamente en un espacio reducido: tienen climas controlados, agua potable sale con tan sólo desearlo, camas que, al presionar un botón, se convierten en estantes, simuladores de escenarios para entretenimiento, comunicación telepática con personas que no conoce, transfusores de alimentos.

I

Pisa la hierba y se sorprende de la rebeldía con la que crece. No ha visto algo que no sea perfectamente diseñado o cuidado. Se escurren sombras que huyen de sus pies rápidamente y así también huye hacia el interior de la vieja casa. En penumbras, avanza sigilosamente hasta internarse totalmente. Sube las escaleras que rechinan como quejidos debajo de ella. En el nivel superior abre una puerta y la luna que se mete a través de la ventana empolvada baña con su luz de plata una vieja habitación. Hay una cama pequeña que tiene cobijas encima, un estante sobre la pared con muñecas (aunque ella no las reconoce pues nunca tuvo una), una mesa pequeña con papeles encima y una sillita cubierta con tela. Se maravilla del ambiente. “Cómo los hombres de antes podían darle un toque de personalidad a cada detalle y ahora cualquier cosa es igual para todos” piensa al contemplar el entorno. Se siente animada por la exaltación de la feminidad; probablemente una niña es la que habitó ahí, una niña como ella.
Un sentimiento irreconocible la invade y, al recostarse, se abraza a sí misma. El estómago le comienza a crujir y, por primera vez, siente lo que es el hambre. Ya no hay transfusiones de nutrientes; necesita algo que la llene y no sólo a su estómago. Toma el dispositivo de su muñeca y programa la narración de la historia clásica de Damián y Luisa hasta que el sueño la vence.
En los tiempos de la gran crisis, mientras las viejas ciudades fueron abandonadas por todos por ser símbolo de tiempos agresivos donde había que sacrificar la dignidad para sobrevivir, hay quienes se reusaban a ir hacia las nuevas “ciudades Edén”…

El sol le calienta la cara y la sorprende en sueños pertenecientes a otros tiempos ¿cuánto hacía que no soñaba de manera tan intensa? Con colores, olores, sensaciones y, sobre todo, sentimientos. Los vagos recuerdos de sentirse parte de otro tiempo, donde las emociones fluían de un lugar a otro generando la pureza del amor, o lo contrario: odio. Y cuántas veces esta intensidad llevaba a la idea de matar a un semejante sólo por que en la interioridad de alguien le quemaban impulsos frustrados que se traducían en transgredir la paz de alguien. Si se ve a partir de juicios actuales es incomprensible, enfermo, desquiciado. Pero en su sueño, ella, tuvo mil argumentos para empuñar un arma contra otra persona, tan solo por amar y  despreciar. “Todo eso ya no se ve y quizás haga falta” razona. En parte, esa curiosidad la llevo a donde está.
Sale de la casa y, al verla, la imagina en tiempos de gloria: adornada con algún color llamativo, limpiada todos los días por una persona que trata de mejorar su entorno. “Ya no se ve eso”. De alguna manera, al imaginarla así, entiende el sentido de construir algo propio. La casa, aunque abandonada hace muchos años, le proporciona calidez. Calidez que no tiene su ciudad, pero ¿cómo hubiera podido entender antes, si no conocía el pasado? Solo le dijeron cómo debía ser la vida: todos unidos en un mundo donde no hay que sacrificar nada, donde la dignidad es un derecho fundamental y no hay que sufrir en absoluto, donde las máquinas automatizadas generan todo para el bienestar de los humanos, donde no es necesario pelearse entre unos y otros pues ya todo esta proporcionado, donde se cantan canciones sobre las máximas de las ciudades Edén: Libertad y felicidad. Pero si se siempre es repetida la palabra felicidad, y la tristeza es fantasma nunca visto ¿Cómo sentirse feliz realmente si no hay nada con qué compararlo? Y, esas canciones, que son repetidas como peroratas y dogmas que llegan al punto de hartarle ¿representan el arte del ocio en su plenitud? Mil pensamientos viajan con rapidez y siente en el pecho un espíritu que quiere nacer.
Comienza a caminar bajo la protección solar. Se ríe de los cuentos que dicen que el sol, directo, es dañino para la piel. La ropa que sacó para su “encuentro” ahora es estorbosa. Los suaves rayos ahora se impregnan en sus hombros desnudos y se siente acariciada por algo más grande por ella. Pero no es suficiente. Quita su ropa y  obedece a la piel que permanecía ansiosa, hambrienta de ese sol. Nunca se sintió tan libre, tan perfectamente acompañada. Reconoce su cuerpo suave y blanco que lanza hacia su interior algo de paz. Pero no la paz que le enseñaron y le repetían constantemente, la que le decían que se vivía en ciudad Edén. Ésta es nueva, es una paz luminosa, centellante, como la noche que vio por primera vez antes de soñar. Las puntas de los dedos recorren la suavidad de su cabello que cae ondulante de la cabeza, la cara tersa y con expresión nueva y vital, los pechos como sostenidos por botones oscuros que se endurecen al contacto, el abdomen recto, las piernas como sostén. El miedo se quedó atrás y ahora sólo camina con una mochila por los hombros y en los pies, unos zapatos que dijeron que eran cómodos para hacer ejercicio y que, después de escapar de la ciudad, cubren sus pies doloridos.
Pero todo día alcanza su crepúsculo y, aunque el sol sigue casi en su cenit, la embriaguez de algo nuevo es deteriorada ahora por una necesidad: tiene hambre. Se atavía de nuevo como los hombres de ciudad Edén y ahora su búsqueda es por comida.

II

Los viejos y abandonados edificios se alzan a sus costados como calaveras de un mundo perdido. El relieve es transformado y se sabe sola, en medio del recuerdo de vidas pasadas. Anda por calles descuidadas y cubiertas de hierba, pero que mantienen el aspecto de una ciudad desolada. Siente nostalgia por un tiempo que no le tocó vivir, por un recuerdo que permanece vago y lejano a su forma de ver la vida y, que a la vez, no le deja de fascinar. Recuerda la vieja historia de Luisa y Damián.

Ahí, entre vestigios de una ciudad olvidada, ellos se tenían a sí mismos y sólo eso les bastaba, no buscan mejorar, sino vivir o, en todo caso, morir. Porque la muerte para ellos no era el fin, sino la misma vida.

Pero entre callejuelas invadidas de mala hierba, se siente observada. Al principio le da prioridad a esta necesidad de encontrarse con alguien hasta el punto que esta necesidad se vuelve en pensamientos tormentosos ¿Qué podría encontrar en una ciudad muerta?
Luego, haciendo caso a su recién adquirido sentido de supervivencia, se da por enterada de la realidad: Hay ojos que la acechan.

III

Al principio, ellos, lo atribuyen a una nueva modalidad de las máquinas acechantes que buscan erradicarlos, pero al verla tan frágil, con su movilidad cautelosa, con su admiración y curiosidad, pero, ante todo, con su hermosura, se convencen a salir de entre las sombras de la tarde.
            Ella se estremece al ver a un grupo de hombres portando armas antiguas, de esas que lanzan proyectiles que se entierran en las víctimas y que, realmente, nunca había visto. Todas las armas apuntan a ella, y sólo guarda silencio. Espera entablar comunicación con estos hombres que se ven tan diferentes a los que está acostumbrada; pues no son altos como ella, tienen un color de piel tostada y avientan gritos guturales que son irreconocibles.
            Deciden, por medio de señas, como cuando hacen para cazar animales en lo deshabitado, salir a su encuentro y mostrarse, hablarle para saber si responde a sus órdenes.
            Ella sólo escucha gritos y sonidos que salen de la boca de ellos, como si fueran animales.
            Al ver que la muchacha no responde y, al verla inofensiva, deciden acercarse hasta tocarla para quitarle la amenaza que podría estar encubierta en su mochila.
            ¿Qué podía hacer? Si habla, seguramente ellos no pueden entenderla, lo mejor es  esperar, tratar de obedecer, entregar la mochila y seguirlos.

IV

Esa misma tarde fue llevada por algunos caminos hasta ser introducida en los viejos edificios donde había más personas: mujeres, niños pequeños, más hombres, ancianos. Todos hacían algo mientras se comunicaban. Lo más maravilloso llegó esa noche, cuando, al ser presentada y mientras los ojos de todos se posaban sobre ella, le ofrecieron en un utensilio de plástico agua oscura y humeante. Le indicaron con señas que la bebiera y, al hacerlo, un alivio la atravesó más marcadamente en su estómago. Porque, aunque había bebido varios tipos de alimentos en ciudad Edén, ninguno se parecía a éste; parecía aderezado con algo que excitaba su boca y le hacía gemir de una satisfacción nunca antes vivida. Después de que terminó de beber, la llevaron hacia una habitación llena de luz solar donde pendían telas que usaban para dormir. Imitó el ejemplo de una anciana que descansaba balanceándose sobre las telas. Ahí durmió muchas horas, soñando con los hombres que acababa de conocer.

No pasó mucho tiempo para que notara que es el mismo idioma el que hablan ella y los hombres, solo que ha sido modificado por la separación entre ambas civilizaciones.
            A ella jamás le contaron que hombres y mujeres habitaban aún entre los escombros de las viejas ciudades. Ellos, aunque bien saben de las grandes ciudades, nunca habían visto una persona que viviera en ciudad Edén, y jamás se imaginaron que ahí hubiera gente que fuera tan hermosa como ella; y es que el cuidado de alimentación, de educación y cultura deportiva, crearon seres humanos en plenitud viviendo en las grandes ciudades. A ella le parece fascinante encontrar personas distintas y se siente como las narraciones de cuando hubo encuentros entre humanos y seres de otros planetas.
            Un par de semanas le bastaron para acostumbrarse a la forma antigua del idioma, las madres de los hombres barbados le enseñaron cuanto sabían en el tema, cuando ellos se iban por el día a buscar alimentos para la comunidad. Pero para ella, esta forma tan primitiva de vida le mueve el ánimo y la curiosidad, pues en su entorno normal no está acostumbrada a que se tenga que hacer algo para poder vivir.

-       Trabajo
-       No entiendo
-       ¡Trabajo! Hacer algo para los demás, para ti, para poder comer

Cae en cuenta que esta palabra fue suprimida en ciudad Edén por ser símbolo del viejo sistema, por considerar que esa palabra estaba acompañada de frustración y sacrificio innecesario, de infelicidad y esclavitud. Entonces, los que forjaron la nueva ciudad la reemplazaron por “contribución voluntaria”.
            Al poco tiempo mira con algo de enojo que la idea que manejaron no tenía que ver precisamente con la justificación que se daba referente al trabajo. Pues le demandaron trabajar para poder ser alimentada, a lo que ella, gustosamente, acepta. Su primer trabajo consiste entonces en regar las plantaciones de verduras que crecen en algunos jardines destinados con este propósito. Le enseñan también a darles cuidado y cosecharlas cuando maduran. En esta empresa pone bastante entusiasmo ganándose el afecto de la comunidad. Todos los días, después de dormir por la noche en las telas colgantes, se viste con la ropa que le dieron – mas ligera y cómoda- y cumple alegremente su cometido. Se enamora del crecimiento de las verduras y se maravilla del sabor que tienen al ser cocidas con hierbas. Por las noches, estos guisados son servidos para todos a la hora de la cena, donde se reúnen hombres y mujeres por igual alrededor de una gran fogata. Ahí le vino a la mente el viejo relato de Luisa y Damián.
            Que, aunque la nueva vida prometía descanso, nunca pidieron más que el estar juntos. Pues estar solos, era parte necesaria para poder amarse cuando se veían y compartían todo.
            Normalmente no le gusta mucho hablar con los demás, pues le da vergüenza el acento con el cuál lo hace. Sólo mira cómo todos tienen un propósito por el cual despertarse y hacer lo que tienen que hacer, y esto le mueve los recién adquiridos sentimientos. Ve como hay personas dedicadas a la enseñanza de los niños, a la preparación de los alimentos, a la recolección de verduras, a la caza de animales, a la costura de telas pendientes, a la limpieza general. Se siente turbada al mirar cómo llegan los cazadores y se meten en cuartos separados con una sola mujer siempre, cómo la miran y les ofrecen regalos que las hacen enrojecer. También le dan curiosidad los muchachos que no la dejan de mirar con ojos extraños a la hora de la cena comunal.
           
V

Una noche se presenta una celebración. Ella no sabe realmente qué se celebra pero ve a todos vestidos de manera distinta, más ataviados. Los hombres portan camisas blancas adornadas con tejidos minuciosamente hechos con figuritas de animales, y las mujeres jóvenes tienen la piel más descubierta. Se muestran, entonces, varios hombres y mujeres con instrumentos que percuten con sus manos y salen de ellos sonidos torpemente hechos. No es la música a la que está acostumbrada, pero siente algo en esta música que la hace palpitar. Las canciones que suenan en Ciudad Edén son mecánicas, sin espíritu, pero ésta le transforma y le hace ver colores nuevos en las caras entregadas de los ejecutantes. Ve a todos transformados en una nueva faceta más vívida y apegada a los instintos. Algunos se empiezan a mover de un lado a otro balanceando los brazos. En su interior algo se conmueve en medida de lo que está sonando. Siente que ya conoce lo que está escuchando, como si le estuvieran contando su propia historia de la manera más hermosa que pudiera imaginar. Siente arder en su pecho una llama que crece con el color de la gran fogata. Mira a los niños, a los ancianos, a las mujeres, a los hombres, mira los ojos que la rodean y ve el mismo fuego que arde en su pecho y se extiende hasta sus manos. Se enamora de todos y, a pesar de no ser perfectamente bellos como los hombres de ciudad Edén, ve algo en ellos que la enternece. Ve vida reverberando en sus pupilas trémulas. Pero esta vida está condicionada, porque aunque ella pertenece a una raza que, a través de los años aprendió el secreto de la gran longevidad hasta el punto de no conocer a nadie que haya muerto, se da cuenta que los que la rodean exhalan emoción y eso es vida. Porque la vida más bien es muerte, y ve muerte en ellos, muerte cercana, muerte acechante, como si fuera un miembro más de esta comunidad y esto los hace los seres más vivos que haya visto. Sienten, viven y mueren y se deleitan con eso, cantan canciones a la muerte y adoran su vida. No hay perfección en su mundo, sino todo lo contrario, son más humanos que ella, y ella quiso aprender a ser entregada, como Luisa y Damián. Por eso quiso separarse de sus ropas y sentir que el sol la acariciaba en el primer día que sintió su roce, por eso empezó a sentir miedo de la incertidumbre de sentirse vulnerable. Por eso emprendió un camino no transitado hacia un lugar que en sueños se le presentaba. Por eso encontró la manera de huir de donde nadie quiere huir. Porque algo la impulsaba en su pecho, en su boca, en su sangre, entre sus piernas. Porque para ella, ser penetrada por cualquiera, como ocurría en la gran ciudad, no era lo que realmente buscaba de una vida larga. Porque prefirió dejar de ser humana y renunciar a la perfección para entregarse a la muerte.
            Ahora sabe por qué los muchachos la miran con pesar, porque ella también los desea, pero no cómo ese instinto meramente carnal, sino como un poema de los viejos tiempos, como una verdad nunca dicha entre los que la tomaron como objeto. Ella ahora les enseña la desinhibición del deseo que es parte de sí y de su mundo, y ellos, a su vez, le enseñan las caricias increíbles que erizan los vellos de su espalda. Por eso les enseña a amarse entre hombres y mujeres sin distinción de hombres o mujeres, por eso es poseída por dos hombres que a su vez se tocan por primera vez entre ellos y que la toman como una flama peligrosa que les enseña los benignos secretos del amor y ella también los posee. Porque para el amor no hay sexos, no hay hombres o mujeres, ni piel, ni signos, ni barreras, ni murallas, ni pasado, ni fronteras o razas, ni viejas historias de amor, sólo hay secretos que quieren ser contados desde la verdad de las caricias, de los besos, de poseer, de dar y recibir, de fluidos amargos que se escurren por las piernas, por la boca que ansía, por los cuerpos que llaman, por los cuellos que sudan, por el milagro de poder tocar algo que se esperó por mucho tiempo y que derrochan el íntimo deseo de ser.
            Ella quiso ser y lo logró, ahora va a morir más pronto, pero con el corazón tranquilo de saber que encontró algo que no sabía que estaba buscando.





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