Amos de las rutas cortas, y corruptores de las largas, se les mira por montones, desfilando en las calles unos detrás de otros, cabuleando a vendedores de semáforos. Doran al sol la parte del brazo cercana al codo semi-flexionado, como señal de supremacía; que se la saben. Se burlan de convenciones sociales, y del manual de Carreño, siempre los acompaña un Cristo enmicado, o la virgen de los remedios. Coleccionistas de zapatitos, tapetes de cuentas, camisetas de Acapulco, y algunas anécdotas. ignoran deliberadamente reglamentos de tránsito, y normas ciudadanas, son orgullosos infractores de reglas que asesinan el tiempo, víctimas merecidas de mentadas de madre y algunos temores; peatones y ciclistas los vigilan, conscientes que son inadvertidos a su vista. Apresuran su día adelantándose al sol, y crean guardias a oscuras, para servicio de noctámbulos citadinos. Montan su instrumento de trabajo normalmente bicromático, salen solos a mercar con la distancia, subiendo pasajeros de dudosa procedencia, cada trabajo es una aventura, y son selectos con cada una.
Prefieren subir muchachas en minifalda, se alimentan de sus sonrisas en días de verano, conocen los piropos más burdos, y los más elaborados. Después prefieren a las señoras, las más inofensivas, si traen bolsas del mandado es mejor, a veces en ratos de buen humor, les sacan dos o tres palabrejas, y en otros más atrevidos, se animan al cortejo, siempre con una frase buscapiés para estar seguros, para seguir en foria en las artes de conquista. A los que desprecian, son a los jóvenes solos, o peor, los acompañados, siempre ven en ellos amenaza, casi nunca confían, y son maestros en el prejuicio de apariencias, tienen elaboradas teorías para saber intenciones escondidas en la ropa o accesorios, no son ingenuos como todos al ver un traje camisa y corbata, mucho menos un maletín de piel negra y lisa, son despiadados y aveces certeros con la vista. Traen siempre consigo un pequeño bat de béisbol para checar sus llantas, que también les sirve como arma. Son aguerridos combatientes de las disputas callejeras, crean su propia justicia, muchas veces con merecida violencia. Conservan casi intactos los ideales de camaradería, entre ellos se reconocen, a veces se saludan furtivamente con una seña discreta con la mano, sin apartarla del volante, y cuando a uno le llega un problema, aparecen en seguida por montones, miembros de esta especie. Son voraces consumidores de papas fritas, jugos de puestitos, música de horrible moda y experimentados comensales de tacos de guisado -uno puede sentirse seguro de comer en los lugares que ellos frecuentan-. Los hay de todos tipos y edades, incluso sexos, los más jóvenes son un poco más dinámicos, y menos cómodos, los atormenta encarnar el estereotipo del fatídico desenlace del profesionista sin éxito, mascan semillas de girasol o pepitas con la boca abierta, casi en señal de reto a los modales, y desde el primer minuto que te subes, te sientes absorbido por esa atmósfera de música ruidosa, y olor a tabaco impregnado en todos lados. Muchos mejoran el humor con los años, los que pasan de los 40, son incesantes narradores, saben como cautivarte mirando de ves en cuando a través del retrovisor, casi todas las historias tienen un final exquisitamente sexual, a no ser que te vean demasiado decente, y aún así encontraran como hacer llegar una cómica moraleja. Los más obesos, cargan consigo kilos de anécdotas que les hinchan los ojos, aunque éstos no las comparten con facilidad, habría que ser el primero en hablar, pero discriminan al que aprovecha el clima, aunque nunca hay mejor opción que el fútbol para empezar la charla, después se sentirán con la suficiente confianza, aunque puede quedar uno horrorizado al conocer estas historias. Hay otros que generan repulsión, en días de calor, se acumula en su rostro cebo y sudor seco, y cuando abren la boca sale de ella un tufo de cebolla con taco de suadero, que se mezcla con sobaco y el desodorante de pino o naranja que cuelga del retrovisor, pero son los que cobran menos. Las mujeres son muchas valentonas, pintorescas y extrañas, aunque no dejan de ser profesionales, casi no se vinculan amistosamente, y limitan la comunicación a lo estricto, cargan en las ojeras, maridos desleales, hijos ingratos y caseras conflictivas, tienen la mirada grave y posición de vigilia, por si alguien por su condición sexual, intentara desdeñarlas. Los más secos y aburridos son los que usan camisa blanca etiquetada con su nombre, los que llamas por teléfono, son cordiales y matan la sensación de aventura. Los que tomas en la calle, puede que en ves de una sonrisa, te apunten con una pistola.
Es fácil confiar en la relación piloto-pasajero, y por esto se han convertido en grandes terapeutas, pañuelos de lágrimas, y consejeros de altas categorías, siempre se está seguro de botar la máscara, no hay temor de ser juzgado, y siempre sorprenden con alguna frase de filosofía de vida, probablemente aprendida en un noticiero matutino, o robada de algún gurú de radio. También son víctimas del proselitismo político, religioso o ideológico, siempre dicen no estar segurks de sus ideas, entonces se preparan para la embestida de argumentos, se muestran analíticos y pensativos por cortesía, cuando en realidad están pensando en la mejor ruta para llegar. La sorpresa es más grande, si por lo que cuentan, revelan su condición humana y desnudan sus sentimientos. Si habla de su traicionera esposa o desgraciada y oportuna suegra, irremediablemente genera empatía, y te pone hombro a hombro de su lado.
las masas los repudian y critican, cargan consigo el estigma del ignorante y vulgar personaje, pero son pieza importante en el folclor urbano, y sus habilidades al manejo para abrir nuevas rutas, aveces es atemorizante, pero no menos intrépido. Son imprescindibles en cualquier civilización del mundo, y llevan el arquetipo de cada región, se les distingue por su uniforme color, tribus urbanas de conocidas costumbres, adaptadas para sobrevivir en las junglas de concreto, se aglomeran en sitios dedicados a ellos, no hay nadie que escape de la necesidad de sus servicios, son el mal necesario, y la esperanza al salir del antro. Se vaticina su supervivencia mientras el ser humano continúe en movimiento, son el emblema imperfecto del movimiento,
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